¿Se puede aplicar el concepto de «cultura» para describir a los fenómenos considerados como «culturales»?

La respuesta corta es sí. ¿Y por qué no habría de utilizarse éste término cuando no hay mejor concepto para designar a los fenómenos que se reiteran, se condensan, y se convierten en cotidianidad a través de las generaciones?

La deficiencia de un mejor concepto es lo que le otorga “validez”, por el uso repetido en los círculos académicos, como antaño las formas de concebir el universo, dígase teocentrismo y geocentrismo, eran consideradas las mejores formas de explicar el entorno y dar sentido a la vida. No obstante que hoy día hay cada vez mayores avances en cuanto a las disciplinas sociales que tratan de brindar explicaciones acerca de la vida en sociedad, parece persistir el problema de ubicar a los fenómenos que se desprenden de la trama de significaciones en la que estamos envueltos, en un punto focal objetivo y delimitado metodológicamente.

Una aproximación, desde las propuestas elaboradas por Luhmann, dan cuenta precisamente de la incapacidad de la teoría para categorizar un concepto como el de cultura, desde una perspectiva que permita describir, más allá de la semántica, algo que hasta la fecha no se ha podido cuantificar y estudiar a través de las metodologías de las ciencias sociales. Es decir, ¿cómo se mide el nivel cultural si no es remitiéndose a manifestaciones abstractas que se convierten en alegorías designadas como objetos culturales? En diversos estudios llevados a cabo en Chile (Gayo, M., Méndez, M., Radakovich, R. & Wortman, A., 2011; Güell, P., Morales, R. & Peters, T., 2011;Gayo, M., Teitelboim, B. & Méndez, M., 2013) se demuestra la tendencia hacia el consumo de objetos culturales que diferencian a los estratos sociales y producen una tendencia hacia la desigualdad manifestada principalmente entre la clase media chilena. En este caso, la cultura se mide mediante la apropiación de objetos culturales observables, pero no existe un consenso sobre qué es la cultura o por qué son objetos culturales.

Lo anterior puede responderse desde Baudrillard (1979), pensando que un objeto cualquiera se convierte en objeto simbólico a partir de la significación social que se le atribuye mediante la destrucción del valor de cambio para sustituirlo con el valor de intercambio simbólico. Por lo tanto, la significación que hacen los sujetos de los objetos en la pretensión de categorizarlos a partir de una distinción subjetiva legitimada a través de la comunicación de esas intenciones, es lo que movería a la cultura desde el todo hacia lo particular. Así, se materializa la cultura en cosas que de relativamente fácil acceso, que acumulándose conformarían un capital cultural. Hasta aquí hemos llegado en materia de “medir cultura”. Pero si las investigaciones empíricas no dan cuenta más que del grado en que se consume la cultura de acuerdo al poder adquisitivo y el estamento al que se pertenece, ¿cómo se puede realizar un estudio acerca de la cultura en los individuos cuando no se cuenta con los instrumentos apropiados?

Es común observar aseveraciones como “preocupa el bajo nivel cultural”, “la falta de cultura produce X fenómeno”, “Chile y la cultura de la desigualdad”, etc., sin embargo, todo esto hace alusión a un compendio de acciones incapaces de ser cuantificadas por la amplia diversidad en la que se adscriben. Si bien, la propaganda de lo “cultural” remite al concepto cuando no se comprende cabalmente de lo que se está hablando, o sus límites son borrosos, se suele recurrir sin miramientos al concepto de cultura como si la clave de su uso radicará en la misma, y paradójica, falta de concreción. Sin embargo, en el estudio empírico de lo que forma parte de la cultura hace falta distinguir, desde nuestro punto de vista, lo que es la cultura, no como algo dado, sino como algo en constante cambio.

En la teoría evolucionista de Luhmann encontramos una respuesta parcial, siendo que el concepto de época da cuenta de dichos cambios en la cultura, más allá de ser un proceso histórico que se produce por adquisiciones evolutivas, representa un periodo con rasgos distintivos. Para ello, Dockendorff (2006) se vale del término “matriz cultural” como concepto para dar cuenta de los cambios producidos por las auto descripciones en sus respectivas épocas. El cambio de una matriz cultural por medio de la acumulación y reestabilización de variaciones divergentes, es lo que constituye el “salto” entre épocas, es decir, una matriz que representa el conjunto de elementos de un periodo y lugar determinados. Lo anterior remite a la idea de que no es el descubrimiento de un objeto particular lo que caracteriza a las épocas, sino al cúmulo de las variaciones divergentes, que sobrepasan el orden conservador de la sociedad, en su pretensión de reducir la abstracción producto de la cada vez mayor complejidad del entorno, y que produce una estabilidad que la sociedad atribuye a una etapa histórica sin precedentes.

De esta forma, en el cambio de matriz cultural, podemos apreciar una suerte de evolución hacia una especie de “progreso”, una noción que empapa el espectro de significaciones, como si se tratara de un periodo definido por nuevas concepciones del mundo de los sentidos que se homogeneiza y vincula, y recubre el entorno, a través de una emancipación de la cultura anterior, obsoleta para afrontar los nuevos desafíos.

Por consiguiente, un concepto de cultura, que remite a una dinámica de cambios, sería incapaz de proveer de las aproximaciones necesarias para unificar un solo criterio definitorio. Con esto quiero decir, que la amplitud del término, la incapacidad para permanecer estático en el tiempo y el espacio de los campos, así como la inexactitud para determinar una forma de medición apropiada, son los elementos que impiden utilizar el concepto de la manera en que se ha ido empleando hasta ahora. Y si pretendiéramos enlazar a través de la cultura todo esto, caeríamos en el predicamento de relegar al futuro lo que es problema del presente, y que únicamente resuelve en postergar la tarea de los cientistas sociales para enfocarse en lo que es más conveniente: lo que ya está dado y definido.

Volviendo a la pregunta, si podemos utilizar el concepto, ya sea que se tomen las precauciones de vincularlo a lo que otros han intentado hacer para conceptualizarlo, o elaborando nuestras propias semánticas al respecto, sin embargo, el error es asociar a la cultura todo aquello a lo cual, a falta de un mejor termino, engloba lo que se considera “borroso”. Más aún estando en presencia de fenómenos que obligan a replantear la forma en que se utiliza sin miramientos a la palabra cultura como prefijo para composiciones de palabras tales como “contracultura”, “culturas híbridas”, “desculturalización”, etc., como si de antemano se diera por entendido lo que es la cultura sin necesidad de describir lo que es, porque ya se sabe, o cuando menos, se considera que no hace falta porque se entiende a lo que se hace referencia.

Nuevamente, utilizar cultura para describir nuevos estudios sobre fenómenos, sociales, con una noción antigua, deja corta la capacidad teórica elemental para establecer un terreno en común más allá de lo que se cree que está ya dado por la literatura. Y ante una tendencia como esta, que replantearla requeriría evocar espacios que podrían considerarse innecesarios, como lo es establecer un concepto de cultura para cada caso, nos hace desdeñar la idea. En ese caso, la solución escapa de la capacidad de esta reflexión, por lo tanto, consideremos que en algún momento de un tiempo futuro se llega a constituir un mejor concepto para llamar a las autodescripciones, la pregunta es ¿en qué medida cambiaría lo que ya estamos haciendo? Es decir, ¿importa un concepto común entre las disciplinas sociales? Tomando en cuenta que desde cada ciencia varían conceptos como “estructura” y “sistema”, pero que están definidas desde sus teorías, veo sumamente complicado que, a pesar de ser la cultura un concepto clave y transversal entre las ciencias, se llegue a una especie de consenso teórico.

Finalmente, y para recapitular, al día de hoy el concepto se utiliza sin las precauciones pertinentes para asociarlo con los fenómenos bajo los que se incluye, como una suma de objetos que no caben en otras categorías epistemologicas. Y a razón de no existir un mejor concepto para definir lo anterior, recurrimos a la cultura, como solución temporaria. Quizás porque esto implica trabajar con los recursos de los que disponemos, no obstante, a nuestro juicio, se deberían tomar las precauciones necesarias para trabajar en la construcción de lo que hace falta.

Bibliografía

Dockendorff, C. (2006). Evolución de la cultura: la deriva semántica del cambio estructural. Persona y Sociedad. Voy. 20. No. 1. Pp. 45-73.

Gayo, M., Méndez, M., Radakovich, R. & Wortman, A. (2011). Consumo cultural y desigualdad de clase, género y edad: Un estudio comparado en Argentina, Chile y Uruguay. Madrid: Fundación Carolina.

Gayo, M., Teitelboim, B. & Méndez, M. (2013). Exclusividad y fragmentación: los perfiles culturales de la clase media en Chile. Santiago: Universum

Güell, P., Morales, R. & Peters, T. (2011) Tipología de prácticas de consumo
cultural en Chile a inicios del siglo XXI: mismas desigualdades, prácticas
emergentes, nuevos desafíos. Santiago: Universum.


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