Estructura, cultura y agencia: la legitimación de la dominación a través de la cultura

Mujeres y hombres son seres ontológicamente sociales, que en el curso de su historia han conformado mecanismos de identificación de comportamientos orientados a la acción individual, reconocibles por el espectro colectivo para dar sentido a la naturaleza de su comportamiento, y a las consecuencias producidas.

Dichos mecanismos son atribuibles (pero no limitados únicamente) a la cultura. Y ya que en esta premisa la cultura permite discernir entre la acción reconocible por los integrantes de determinado contexto como adecuada o inadecuada, se puede argumentar que la cultura parte de una base tradicional perpetuada a través de los consensos intergeneracionales bajo las que se adscriben las pautas de comportamiento.

Pero si la cultura posibilita el reconocimiento y discernimiento de las acciones individuales esperadas y consideradas ya sea adecuadas o inadecuadas (Goodenough, 1971), ¿no estamos ante la presencia de una “cultura de pautas”? Es decir, una forma de clasificar en un abanico de posibilidades de acción ante el cual, el sujeto elige lo más conveniente en virtud de sus pretensiones e intereses individuales, pero influenciados por una forma tradicional de modificación de las conductas a partir del contexto en el que se encuentra.

Entonces,  ¿qué hay de autónomo en la acción individual? Si no somos más que una continuidad de lo ya establecido que únicamente se va reformulando por efectos del progreso de la humanidad y de las modificaciones que ésta ha hecho a su entorno. ¿Y por qué es este un problema?

Considero razonable la idea de discutir por qué representa una problemática a nivel teórico el hecho de no tener ciertas predisposiciones desde la estructura, y la posibilidad de selección de éstas, desde la agencia. Porque si bien la acción es llevada por el agente, no necesariamente implica ejercer con autonomía lo que significa. Esto en primera instancia deja ver que dichas opciones parten de algún punto con intereses propios, y que remite a la idea de lo deseable dentro de lo posible. Es decir, no hay cabida fuera la fuerza estructural, para los intereses individuales de todos los sujetos, sólo de aquellos con mayor la posición jerárquica  y de poder, para decidir por el resto. Y si esto fuera poco, empíricamente la razón del comportamiento influido por la cultura es algo que no se puede obviar, sino analizar para desentrañar las implicancias funcionales y establecer claros sustentos de cómo ha evolucionado la cultura en el desarrollo histórico de nuestra especie.

Archer (1997) considera que la respuesta de la vinculación entre la cultura y la estructura, y el poder de estas dos sobre la agencia no se limita únicamente a encontrar una postura que vincule por un lado, a la estructura y a la agencia, y por el otro, a la cultura y a la agencia, porque la diferencia entre esta dicotomía no es relevante de cara a indagar en el tema de las posiciones de los sujetos dentro de ellas, es decir, la conformación de las propiedades culturales desde la agencia hacia la estructura, no como mecanismo constitutivo de cultura, sino de asimilación de ella. En este punto es de notarse que para Alexander (2010) la cultura permitía comprender por qué la estructura se comportaba de la manera en que lo hacía frente a la agencia, y viceversa.

Sabemos que en ciertos casos las propiedades culturales son producidas y modificadas por los grupos dominantes, pero también hay otros en los que se instaura un sistema central de valores que se impone sobre la vida cultural de los agentes, quienes son sometidos a las propiedades a través de la socialización. Para Archer (1997), es preciso encontrar una teoría equilibrada entre la autonomía y la independencia de la cultura de los dominadores, y de los sistemas de valores.

Sin embargo, estamos dejando de lado un elemento importante, ya que no se trata únicamente de la manifestación de la agencia en su carácter de dominación-dominados, y por su parte, de la estructura manifiesta en sistemas de valores enfrentada a la vida cultural. Tendríamos que añadir también el carácter de asimilación, en ambos casos, que se refleja en las disposiciones de los agentes. En otras palabras, no son meros recipientes vacíos a los que se les puede verter “cultura” para controlarlos, así como tampoco son elementos maleables por códigos culturales producto de una especie de repetición de los procesos de socialización y del resultado de los consensos derivados de estas. Y si incluimos en esta sumatoria la probabilidad de aceptación-rechazo a través de la significación de la acción a por medio de la diferenciación de los sistemas (culturales) respecto al entorno (valores) a través del lenguaje (Luhmann, 2013), considero que estaríamos avanzando en la reformulación de una teoría que explicara mejor el fenómeno de la relación asimétrica entre cultura, estructura y agencia.

Entonces, si la cultura se reproduce con el tiempo, podemos deducir que se aprende. Para Goodenough (1971), lo que se aprende no son prácticas rutinizadas por la repetición, sino conjuntos de saberes compartidos por los miembros de determinados grupos, que no se perpetúan a través de la acción, sino aquello que se conoce sobre lo que se realiza. De esta forma, se remite a la idea de que la cultura es un tipo de saber que posibilita el cumplimiento de las normas, y que se espera sean cumplidas por los otros.

De esta forma, y siguiendo la idea de Goodenough, la cultura como conocimiento de lo esperado se constituye a través de las ideas provenientes de una colectividad que determina qué es lo que se espera de los integrantes de un grupo social. Es decir, hay una estructura que no es concebida como originadora de pautas, sino como fuente de conocimiento que permite la definición de lo esperado, y lo que se considera “normal” en la conducción del individuo a través del contexto social.

El problema con esta teoría es que elude responder en donde se produce la matriz cultural-estructural y a su vez, en donde es trazada la línea entre lo esperado y normal, y aquello anómico e inesperado1. Si establecemos que el origen de dicha matriz es el repertorio de situaciones exitosas empíricamente, comprobadas y reforzadas intergeneracionalmente, podemos argumentar que la estructura-cultura es ontológicamente agencial (agencia-cultura) y en la medida en que se refuerza el éxito en la resolución de las situaciones de incertidumbres y se establece un cuerpo de comportamiento esperado, pasa a formar consolidarse en la estructura. Si esta concepción es una forma de “alienación ” de la cultura, o no, queda abierto a discusiones posteriores, de momento queda en el aire está noción que seguramente es irrelevante para la pretensión de este escrito.

Ahora bien, estoy consciente que las razones expuestas no justifican una teoría de la agencia-cultura que diera origen a la estructura-cultura, y que a través de ella se pudiera explicar el viraje estructura-cultura-agencia hacia una sociedad de la reproducción de los sistemas culturales, en donde el sujeto funge como engranaje del colectivo o de la “hidráulica social”, puesto que como ya se explicó anteriormente, el individuo tiene capacidad de razonar sobre su propio comportamiento. Sin embargo, él área gris a la que se deben enfocar estudios posteriores, es precisamente aquella parte del juego cultura vs. agencia, toda vez que la estructura “utiliza” a la cultura, y la cultura a la estructura, para explicar la forma en que la agencia debe reacomodar su proceder acorde a sus visiones del contexto social, y adecuar su comportamiento a ellas.

Finalmente queda agregar que para el estudio del tema en cuestión, resultaría útil establecer una clara distinción entre la forma en que se consolida el sistema cultural sobre el que se erige la estructura en relación con el modo en que se es apropiado el mundo de las ideas por parte del sistema sociocultural pero (y aquí reside la diferencia con Archer) desde una lógica política en la que se pueda apreciar la dominación a través de los signos. Con lo anterior quiero decir que el elemento de la dominación a través de los signos (lenguaje, consumo, ideología), a priori de la constitución de la estructura-cultura puede otorgar claridad a la pregunta inicial de la autonomía de la acción, sin caer de lleno en una clásica apología de dominadores-dominados a través de la cultura, y apuntar más bien en dirección a la evolución de la dominación a través de una gradual percepción de la acción esperada por medio del reconocimiento ético de la acción contextual por los constituyentes del espectro social.

1.Dentro de lo que se puede considerar inesperado considero todo aquello para lo cual no existen saberes “heredados” de la cultura, y ante los cuales hay cabida a la posibilidad de utilizar otros saberes de culturas distintas, creando una amalgama cultural, aludiendo aquí al concepto de culturas híbridas de García Canclini (1990), entre otros.

A manera de conclusión: alcances prácticos

El tema propuesto da pie a diversos casos que se podrían analizar para dar cuenta de la proposición de que la cultura provee de elementos legitimadores de la dominación. La desigualdad de la distribución de los ingresos y la percepción del salario justo y el percibido estudiados por diversos intelectuales en la materia de la brecha salarial y la justificación de la misma (Alwin, 1987; Jasso, 1980; Moore, 1992; Kelley & Evans, 1993; Zagorsky, 1994; Kelley & Zagorsky, 2005; Jasso, 2017) apuntan a que a mayor exposición de la desigualdad, mayor es la legitimación de las desigualdades salariales. Si bien la cultura en la economía política de un Estado es un tema complejo de analizar desde una perspectiva sociológica, hay indicios de que vestigios de las relaciones de justificación son vinculables a la noción de una cultura en la que predominan ideologías de sometimiento a determinadas normas o instituciones (Forst, 2015), que se espera sean cumplidas en virtud de un orden de poder a través de la argumentación y la racionalización. Es cultura de legitimación del orden social ya establecido y que se reproduce por la necesidad de proveer a los sujetos de un sistema social en el que predominen las posiciones que sustentan el correcto funcionamiento del Estado. De manera que la legitimación de la desigualdad a través de una cultura en donde las clases consienten y consensúan desde sus posiciones y salarios desiguales a un orden superior que se superpone a todo pensamiento distinto al suyo y los unifica para servirse de esta lógica uniforme, con el propósito de perpetuar su nivel en la pirámide social.

Probablemente existan estudios sobre este ejemplo particular que puedan ahondar más en él, y de paso propongan mejores aproximaciones a un estudio de la cultura legitimadora de la desigualdad salarial, no obstante, queda abierta la propuesta para ser retomada por otros campo disciplinares que cuenten con más y mejores recursos epistemológicos.

Referencias

Archer, M. (1997). Cultura y teoría social.

Luhmann, N. (2013). La moral de la sociedad.

Goodenough, W. (1971). Cultura, lenguaje y sociedad.

Alexander, J. (2010). The strong program in cultural theory. Elements of a structural hermeneutics.


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