Por: Juan Rivera
Prefacio
El presente trabajo tiene por objetivo recoger las principales reflexiones de distintos autores en torno a los procesos vinculados con el desarrollo en los países de América latina, así como los efectos de la globalización en la pretensión por superar las condiciones que los categorizan como estados subdesarrollados y que inciden en la calidad de vida de sus habitantes. Las obras en cuestión son las siguientes:
Castells, M. Himanen, P. Reconceptualización del Desarrollo en la era global de la información. Fondo de Cultura Económica, 2016. Unidades 1, 7, 9 y 10. 130 páginas.
CEPAL. Transformación productiva con equidad. La tarea prioritaria del desarrollo en América latina y el Caribe en la década de los noventa. CEPAL, Santiago de Chile, 1996. 37 páginas.
Escobar, A. La invención del tercer mundo. Construcción y deconstrucción del desarrollo. Fundación Editorial el perro y la rana. Caracas, 2007. Capítulo 1 y 2. 81 páginas.
Garretón, M. Las ciencias sociales en la trama de Chile y América latina. Estudios sobre transformaciones políticas y movimiento social. LOM, Santiago 2014. Capítulos I, II, III y IV. 86 páginas.
Portes, A. El neoliberalismo y la sociología del desarrollo: tendencias emergentes y efectos inesperados”. Revista Perfiles Latinoamericanos. N° 13. 44 páginas.
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Informe sobre desarrollo humano 1994. Un programa para la cumbre mundial sobre desarrollo social. Naciones Unidas, 1994. Sinopsis y capítulo 1. 24 páginas.
Rist, G. El desarrollo: historia de una creencia occidental. Los libros de la catarata. Madrid, 2002. Introducción y conclusión. 11 páginas.
Trindade, H. (Coordinadores), Las ciencias sociales en América latina en perspectiva comparada. Siglo XXI, México, 2007. Capítulo colectivo inicial. 27 páginas.
$$Castells, M. Globalización, identidad y Estado en América Latina. PNUD. Santiago, 1999. 26 páginas.
Castells, M. La era de la información. Economía, sociedad y cultura. 3 volúmenes. Alianza Editorial, España, 1997.
Garretón, M. La sociedad en que vivi(re)mos. Introducción sociológica al cambio de siglo. LOM. Santiago, 2000. Capítulos 2 y 5. 64 páginas.
Touraine, A. ¿Podremos vivir juntos? Iguales y diferentes. Fondo de cultura económica. Buenos aires, 1997. Introducción, capítulos 1, 2 y 3. Capítulo 5, 6 y 7. 146 páginas.
Garretón, M., Cavarozzi, M., Cleaves, P., Gereffi, G., Hartlyn, J. América latina en el siglo 21. Hacia una nueva matriz socio-política. LOM Ediciones, Santiago, 2004. 166 páginas.
Garretón, M. Las ciencias sociales en la trama de Chile y América latina. Estudios sobre transformaciones políticas y movimiento social. LOM. Santiago, 20014. Tercera parte. 53 páginas.
Bauman, Z. La globalización. Consecuencias humanas. FCE, Buenos Aires, 1999. 85 páginas.
Introducción
Hablar del desarrollo en América latina desde una perspectiva sociológica invita al debate acerca de la re conceptualización de términos tales como desarrollo, globalización, matriz socioeconómica, entre otros. Las teorías que anteriormente explicaban los fenómenos de las épocas en que se encontraban, carecen de validez científica para explicar nuevos fenómenos producto de las sociedades en continuo cambio. Ante esto, debe hacerse notar antes de proseguir, que la sociología ha dejado de ser una disciplina en la que el objeto estaba delimitado pero las técnicas hacía falta definirlas a una suerte de efecto inverso en el que el objeto, que son las sociedades, son difíciles de definir, delimitar y estudiar aún con la pericia con la que se manejan los métodos de investigación actualmente. Siguiendo esta línea de razonamiento, diversos estudiosos de las ciencias sociales, han propuesto que la modernización como fenómeno a investigar, no ocupa un lugar central en el debate acerca de la dirección hacia la que nos encaminamos como sociedad, por ello, es de suma importancia hacer notar que tópicos como el neoliberalismo, la globalización y el desarrollo, aunque no sean nuevos para los países europeos y norteamericanos, están siendo adoptados por los estados en vías de desarrollo de América del sur (especialmente) y que permiten establecer una aproximación del tipo de sociedad al que nos estamos dirigiendo y sus posibles efectos en un planeta interconectado.
El desarrollo
El origen del término
El concepto de “desarrollo” puede rastrearse según Rist (2002) hasta la antigüedad griega y su desenvolvimiento comienza a ser más notorio a partir de que el control de los territorios del sur presenta un “internacionalismo generoso” donde las prácticas aparentemente nuevas tenían un precedente histórico en el viejo continente. Es con el surgimiento del Nuevo Orden Económico Internacional que se plantea la noción de reducir las desigualdades y suplir las necesidades de los países que vivían en la miseria, una miseria que aludía sin duda al atraso tecnológico, con la ayuda de los Estados más avanzados, o colonizantes, si seguimos en el periodo histórico antes mencionado.
Una primera noción para combatir la desigualdad y las carencias, fue la propuesta (o imposición) de los problemas de la deuda y el medio ambiente (ídem). Ante la incapacidad por dar solución, por causa del sistema financiero y el abastecimiento de los países del norte, se consideró al desarrollo como un elemento humano y duradero, que hasta la fecha se ha perpetuado en un sistema que “mantiene y refuerza la exclusión que pretendía eliminar” (ídem).
Para Escobar (2007), el desarrollo es visto como un “régimen de representación”, una invención que nace a partir de la posguerra y que moldeó la concepción de la realidad y la acción social de los países que a partir de entonces se designaron como “subdesarrollados”, específicamente desde el discurso del 20 de enero de 1949 de Harry Truman en el que llamaba a Estados Unidos y al resto del mundo a resolver los problemas de las “áreas subdesarrolladas”, principalmente a través de la producción como elemento clave para “La paz y la prosperidad”, y para producir más había que aplicar “conocimiento técnico y científico moderno”. Básicamente, la pretensión de Truman era la de crear condiciones para producir como lo hacían ya las sociedades avanzadas de la época a través de “la industrialización y urbanización, tecnificación de la agricultura, rápido crecimiento de la producción material y los niveles de vida, y adopción generalizada de la educación y los valores culturales modernos”. El “sueño” de Truman, no era producto exclusivo de los Estados Unidos, en pocos años recibió el apoyo de las demás potencias y se diseñó un conjunto de medidas concretas para alcanzar ese estatus de “desarrollo económico de los países subdesarrollados”, medidas que aludían a la erradicación de los aspectos tradicionales, desintegración de los lazos de parentesco, credo y raza que permeaban a las instituciones sociales. Esto dio pie a un proceso de exclusión de sectores incapaces de seguir el ritmo del progreso planteado y aspirar a lo que las Naciones Unidas en su informe (1951) designaba como una “vida cómoda” a la que “muy pocas comunidades estaban dispuestas a pagar el precio del progreso económico”. En resumidas cuentas, el informe planteaba la “reestructuración total de las sociedades <subdesarrolladas>>” en la búsqueda de una prosperidad material y del progreso económico universal, una idea que creciente de transformación con fines que apuntaban a una “prosperidad” material y progreso económico, idea que, dicho sea de paso, había dado paso a una “voluntad” gestada desde los círculos de poder” en la década de los 50.
Con el comienzo de la segunda posguerra, los países del sur comenzaron a examinar los motivos por los cuales quedaron relegados al designio (y autodesignio) de “subdesarrollo” y que a la vez, conllevó a asumir la tarea de “desarrollarse” a través, y por muy obvio que parezca, de un proceso de des-subdesarrollo mediante el sometimiento a medidas sistemáticas, extensas y detalladas para incrementar la producción, aunque no fuera ésta última la única forma de alcanzar el desarrollo. Acerca de esto último, Portes (1998) considera el desarrollo como “una cuestión de introducir de forma gradual las orientaciones <<correctas>> -valores y normas- en las culturas del mundo no occidental para así permitir a sus pueblos tomar parte en las modernas instituciones económicas y políticas creadoras de riqueza en el occidente desarrollado”. Así pues, el desarrollo implicó también la adquisición no sólo de formas de producción de bienes materiales sino de la incorporación de “orientaciones correctas” de los países desarrollados que les permitirían a los países no desarrollados implementar políticas similares a las de aquellos Estados desarrollados. En resumidas cuentas, es “tomar” esas creencias, aspiraciones, modos de producción, recursos ideológicos, técnicas, etc., de aquellos que estaban desarrollados, e implementarlas sobre aquellos subdesarrollados para que pudieran “desarrollarse”.
La tesis del desarrollo del subdesarrollo de Gunder (1967) y Baran (1973), la propia modernización era “el barniz ideológico del capitalismo occidental” en el que los términos de intercambio se manipulaban en detrimento de los productores de bienes primarios. Por su lado, Cardoso y Faletto (1979), Sunkel (1972) y Furtado (1970) con los escritos de la dependencia “responsabilizaron a las corporaciones y sus administradores de la pobreza del Tercer Mundo”, sin mencionar la importancia de los valores y las normas que Portes (ibíd.) alude, traducidas en ideologías y valores culturales.
Para Rist (2002) la hegemonía del desarrollo se instaura bajo la difusión de una idea de “subdesarrollo” que rompe con la tradición dicotómica del “pseudocontrario” que alude a una esperanza de desarrollo mediante el universalismo de los modos de producción occidentales, una “ilusión” de una “prosperidad material generalizada prometida a todos”. De esta forma, mediante la adquisición de formas de producción, formas ideológicas y valorativas tanto de conducta como de comportamiento y aspiraciones, es que se logra insertar una fuerte creencia compartida por los constituyentes de la dirección de los Estados-nación, tecnócratas de la economía acerca de la producción como medio para alcanzar la prosperidad.
Medios para alcanzar el desarrollo: La producción
Según Castells (1997) la producción hace referencia a “la acción de la humanidad sobre la materia (naturaleza) para apropiársela y transformarla en su beneficio mediante la obtención de un producto, el consumo (desigual) de parte de él, y la acumulación del excedente para la inversión, según una variedad de metas determinadas por la sociedad”. La producción se organiza en torno a relaciones de clase que “definen el proceso de producción, deciden el reparto y el uso del producto en lo referente al consumo y la inversión”. El producto del proceso de producción es empleado mediante las formas conocidas como consumo y excedente. Las reglas de apropiación de dicho excedente son determinadas a partir de la interacción con los procesos de producción que constituyen nuevos modos de producción, que a su vez definen las relaciones sociales de producción; es decir, la interacción con los procesos de producción crea reglas para constituir modos de producción, y estos modos definen las relaciones sociales que surgen a partir de dicha interacción. Las relaciones sociales de producción determinan la apropiación y usos del excedente (ibíd.).
El grado de productividad, para Castells (ibíd.) dependen de la “relación entre mano de obra y materia, como una función del empleo de los medios de producción por la aplicación de la energía y el conocimiento.”, proceso caracterizado por la relación entre la técnica de producción que define los modos de desarrollo. Los modos de desarrollo por consiguiente, son “los dispositivos tecnológicos mediante los cuales el trabajo actúa sobre la materia para generar el producto”. Mientras que en el modo de producción agrario el aumento del excedente se debe al incremento cuantitativo de la mano de obra y los recursos naturales, en el modo de producción industrial, el incremento en el excedente obedece a la incorporación de nuevas fuentes de energía y a la capacidad de descentralizar su uso durante la producción. Por su parte, en el modo de desarrollo informacional, la productividad recae en la tecnología del conocimiento, el modo en que se procesa información y comunicación. El procesamiento de la información está centrado en el perfeccionamiento de la tecnología y su aplicación para mejorar la generación de nuevo conocimiento. Posteriormente hablaremos acerca de las sociedades informacionales, que dicho sea de una vez, representan el último paso hacia el desarrollo, al igual que otras formas de participación de la población en la toma de decisiones como la democratización, etc.
Las formas en que se podía apropiar con el excedente para Castells (ibíd.) eran estatismo y capitalismo. La primera se entiende por un sistema social en el cual quienes ostentan el poder en el aparato estatal, son quienes se apropian del excedente producido en sociedad. En el segundo, por su parte, el excedente es apropiado por quienes controlan las organizaciones económicas. El capitalismo se enfoca en la maximización de beneficios y el estatismo en la maximización del poder. Por otro lado, también distingue dos tipos de modelos de desarrollo. El primero es el industrialismo (modelo que más adelante veremos parcialmente obsoleto o superado ya por los países desarrollados) en donde las fuentes de la productividad son el aumento de los factores de producción junto con el uso de nuevas fuentes de energía. El segundo es el informacionalismo, en donde la principal fuente de productividad es la capacidad cualitativa de optimizar y combinar factores de producción basados en el conocimiento y la información. El ascenso del segundo llevó a una nueva estructura social, la sociedad red de Castells (1997).
Volviendo al punto que nos concierne, el crecimiento económico mediante la manufactura local de productos que anteriormente se importaban supuso una distribución más equitativa de los recursos, producto del mismo crecimiento. Esto era propio de una matriz sociopolítica estatal-nacional, que se orientaba al interior. La industrialización por sustitución de importaciones (ISI) permitía reemplazar el modelo económico que, para transformar la materia prima debía exportar los productos agrícolas e importar bienes de capital desde los países desarrollados. Con la Gran Depresión de Estados Unidos y Europa se redujo se “redujo la demanda de comodities latinoamericanas, rebajó los precios agrícolas y provocó crisis de la balanza de pagos. (…) Para enfrentar la escasez de divisas, los gobiernos latinoamericanos pusieron trabas al sector privado para importar bienes y exportar capital” (Garretón, 2004). Al no haber disponibilidad de bienes industriales y de consumo, la industria, que tenía acceso a capital de inversión, trató de satisfacer estas necesidades, no por estrategia nacional, sino por el oportunismo del sector privado.
Con el inicio de la segunda posguerra, se incrementó la demanda de los bienes agrícolas y minerales de América Latina, aumentando la exportación pero disminuyendo la importación de bienes desde Europa y Estados Unidos. Esto provocó la industrialización por sustitución de importaciones, y al mismo tiempo la industrialización orientada a la exportación en América Latina, que dicho sea de paso, tenía limitada competencia y permitió el crecimiento de la industria en países como Brasil en 1939, donde la industrialización representaba el 14.5% del producto nacional bruto (PNB), que llegó en 1950 a 21,2% (Ibíd.). El llamado “milagro brasileño” que sucedió a lo anterior en la década posterior también estuvo basado en un “exitoso impulso a las exportaciones, las restricciones fiscales, y la creación de un medio ambiente más favorable para la inversión extranjera” (Portes, 1998). La experiencia brasileña demostró según Evans (1979) que la suposición dependencia-desarrollo era incompatibles económicamente, ya que este ejemplo denota que explorando las ventajas de la dependencia se podía superar problemas que atañen al subdesarrollo.
Por su parte, las ahora potencias asiáticas como China, dominaron tecnológicamente al mundo desde sus orígenes como civilización moderna, no obstante que hubo un fuerte cese a las pretensiones desarrollistas a partir de una época en específico. Needham (citado en Castells, 1997) propuso que la cultura China se inclinaba más por los valores occidentales a mantener “una relación armoniosa entre el hombre y la naturaleza, algo que podía ponerse en peligro por la rápida innovación tecnológica”. Mokyr (citado en Castells, 1997) plantea que el conservadurismo en China se debió al miedo de los gobernantes por el impacto que tendría la innovación tecnológica en la estabilidad social, es decir, evocaron sus esfuerzos en mantener el orden y no en proponer un nuevo desarrollo, o en su defecto, continuarlo en donde lo habían dejado. Este ejemplo, para Castells plantea dos nociones importantes acerca del desarrollo. Por una parte, el Estado puede ser una fuerza dirigente de innovación tecnológica; y por otro, cuando cambia su interés de por el desarrollo tecnológico o se vuelve incapaz de llevarlo a cabo en condiciones nuevas, “el modelo estatista de innovación conduce al estancamiento debido a la esterilización de la energía innovadora autónoma de la sociedad para crear y aplicar tecnología” (ibíd., p. 40).
Es factible argumentar que dentro de cada modo de desarrollo se encuentran principios de actuación estructurales en los cuales se insertan procesos tecnológicos como el industrialismo, orientado al crecimiento económico; y el informacionalismo, orientado al desarrollo tecnológico o la acumulación de conocimiento. Y aunque estos modos se originan a partir de nociones de las esferas dominantes de la sociedad (ibíd., p 47), es necesario el apoyo del Estado para el “aumento de la productividad y competitividad de las economías nacionales.
Transición a nuevas formas de producción
La modernidad para Garretón (2004) “es la manera como los sujetos se afirman a sí mismos combinando dimensiones racionales, instrumentales, expresivas y simbólicas”. Esta noción da a entender que no existe una sola modernidad y que cada una alude a distintas formas para alcanzar el desarrollo, un desarrollo que conjuga modos de producción (entre ellos el industrial), modos de acumulación como el capitalismo, instrumentos como el mercado, estrategias de crecimiento y de inserción en la escena internacional. Por tanto, con el desarrollo se designa a “una visión que articula el crecimiento económico y el cambio social” (ibíd.). La noción de modernidad occidental y la estrategia de industrialización que caracterizaban a la vieja matriz sociopolítica estatal-nacional-popular está siendo desplazada por una nueva matriz sociopolítica, de manera que ese “estatus” de “sociedad desarrollada” no es el mismo que imperó cuando se comenzó a designar a los países de tercer mundo como subdesarrollados. Ya no estamos viviendo en el mismo contexto, los países desarrollados no esperan a los subdesarrollados, y las antiguas formas de producción y organización social, que permitían alcanzar el desarrollo han quedado atrás, de tal suerte que para alcanzar ese nivel de “desarrollo” ya no se requiere únicamente sustituir las importaciones u orientarse a la exportación.
En la América Latina contemporánea se observa una matriz sociopolítica que interactúa no con una sola idea de modernidad sino con distintas, ninguna dominante sobre las otras. La estrategia de desarrollo a través de la industrialización que acompañaba a un tipo de modernidad, era esperaba como fuente de riquezas nacionales que se esperaban distribuir a la población mediante programas sociales. El punto débil de esta propuesta era la carencia de una dimensión ideológica reinante. “En América Latina de posguerra el nacionalismo se unió con clases, regiones y grupos culturales sumamente diversos” (ibíd.). El objetivo de cada nación era construir una identidad común en poblaciones de rápido crecimiento que desembocó en barreras a la inversión extranjera y la delimitación entre lo local y lo extranjero, enfatizando como un logro local la implementación de expropiaciones que unían a las masas en un sentido de nacionalismo, idea que beneficiaba principalmente a las industrias locales al no permitir la competencia de mercado que implica una apertura a la inversión extranjera. Pese a ello, todo esto conllevó a un modus operandi de altos precios de productos locales, constante dependencia del capital extranjero y la exportación de comodities para financiar las importaciones. La consecuencia de esto se comenzó a notar en la década de los 60, con la inflación, deudas externas, baja inversión, estancamiento de la producción de alimentos y aumento del desempleo. El agotamiento del ISI se comenzó a vislumbrar en la década posterior pero a falta de alternativa se conservó el modelo culminando con la crisis de la deuda en 1982 que conllevó a nuevos ajustes económicos, políticos y sociales.
Globalización
La globalización o mundialización tiene tres dimensiones según Garretón (2000). La primera es económica y hace referencia al aspecto económica, la incursión de los mercados en sus dimensiones productivas, comerciales y financieras. La segunda es cultural, comunicacional e implica la reducción del tiempo y el espacio a través de la extraterritorialidad de las redes de comunicación. La tercera es política, menos cristalizada al suponer instituciones de gobierno mundial y el debilitamiento del Estado nacional en manos de las dos dimensiones anteriores. La globalización política no implica un gobierno de carácter mundial o global. “Si bien han desaparecido los bloques geopolíticos dominantes, las naciones estado siguen muy vivas”. Aunado a esto, el fenómeno de la globalización actual ha puesto al descubierto la hegemonía geopolítica de los países desarrollados, un predominio de la ideología y políticas neoliberales así como la exclusión de los sectores apartados y por si fuera poco, se rompió “la lógica que unificaba una estrategia única y particular de modernización (vía industrialización) y una única definición de modernidad (la sociedad industrial) y modelos alternativos de modernidad han surgido como legítimos.(Op cit, 2004)
No obstante que el nombre con el que se designa a este fenómeno alude a una idea de interconexión o de apertura a todas las sociedades, existe un noción que rompe con la idea generalizada del estatus “global” que pregona. La globalización es un fenómeno parcial, que une a las sociedades, pero que excluye a los distintos grupos que integran dichas sociedades y que en última instancia, no tienen derecho a réplica. Al igual que con el desarrollo se crean dos vertientes, un desarrollado y un subdesarrollado, con la globalización se conecta a unos y se desconecta a otros. La diferencia entre la dicotomía desarrollo-subdesarrollo y globalizado-desglobalizado es que la primera enfrenta tanto al desarrollado como al subdesarrollado con el enemigo común que es el atraso, las condiciones de vida insuficientes, las carencias, etc.; por su parte, la segunda dicotomía no contiene un enemigo común, o se está globalizado o está apartado. De esta forma, Garretón (ibíd.) habla de la globalización como algo que “no es en todo ni es para todos”, y en ese sentido no se puede concebir a la sociedad global ya que “no existe”. Por consiguiente, hay ciertos aspectos de la vida social y ciertos sectores que se globalizan, todo ello desde puntos de vista distintos que son ideológicos ya que no dan cuenta “del conjunto de la realidad y ocultan otros fenómenos y las tendencias mencionadas contrarias a la globalización”.
Por otro lado, no se puede negar que existe una dimensión real de la globalización, más allá de los discursos de los Estados dominantes. Por ello, los procesos de globalización son estructurales, así como lo fue el advenimiento de la sociedad industrial en la búsqueda del desarrollo. Para Garretón (ibíd.) es el desafío de las sociedades y Estados nacionales el “identificar la globalización con el modelo de dominación que la impone hoy y rescatar sus aspectos positivos para convertirla en una oportunidad para la humanidad”.
En el nuevo mundo la “localidad” o el concepto al que se refiere, no es el mismo a aquél que caracterizaba a la época en la cual la información se desplazaba de manera tangible. Los espacios públicos se liberaron de su anclaje local, se desterritorializaron y se ubicaron fuera del alcance de la capacidad comunicativa del “factor humano” de una localidad o un residente. (Bauman, 1999). Un territorio despojado del espacio público carece de oportunidades para debatir y negociar. No hay lugares para “líderes de opiniones locales” y mucho menos para la “opinión local” expropiando los poderes locales y confiriéndoselos a un ámbito más global. (ibíd.)
El sistema económico global
La economía global implica una creciente integración funcional entre actividades dispersas internacionalmente (Gereffi y Hempel, 1996. Citado en Garretón, 2004).
Los autores distinguen seis tipos de economía global: 1) intensificada competencia global y surgimiento de nuevos centros de producción (por ejemplo los países recientemente industrializados), 2) la proliferación, expansión y reestructuración de empresas trasnacionales (ET); 3) el entorno tecnológico que avanza con rapidez, especialmente las nuevas tecnologías de transporte y comunicaciones; 4) un sistema financiero global; 5) el entorno político internacional, incluyendo la hegemonía de Estados Unidos, las políticas económicas de nación estado, formas supranacionales de integración regional (…) y 6) desigualdades globales crecientes tanto entre regiones mundiales como dentro de los países.
Como ya se ha mencionado anteriormente, la industrialización ya no es el elemento que define el desarrollo nacional. La industrialización puede ser, no obstante, una condición necesaria para alcanzar un estatus básico en el sistema mundial, ya no es la única. Las continuas innovaciones que se traducen en el progreso de los países desarrollados se convirtió en una brecha que los separa de los países subdesarrollados. La brecha disminuyó en términos de industrialización pero la mayoría de las naciones desarrolladas han dejado de ser las más industrializadas y sus economías centrales se han convertido en prestadoras de servicios.
El resultado “principal” de la Segunda Guerra Mundial fue el surgimiento de un nuevo orden económico y político mundial. Después de 1945 la economía política del sistema capitalista se encaminó hacia la institucionalización de normas internacionales, políticas que dominaran el aspecto local desde un ámbito global. Garretón distingue cinco transformaciones importantes, resultado de la segunda posguerra. En primera se dio paso a que Estados Unidos se convirtiera en un centro económico y político del sistema capitalista mundial. En segunda, se instauró a la democracia representativa (adoptada por la gran mayoría de países desarrollados) como fundamental para ser parte del “club” del Primer Mundo. En tercer lugar, a finales de 1940 y principio de 1950, el dinamismo de la economía mundial se basaba en la reconstrucción de los mercados de capital financiados por Estados Unidos, y que posteriormente haría el Banco Mundial, creándose a la vez, el Fondo Monetario Internacional y la revitalización del comercio mundial. En cuarto lugar, el sistema económico internacional anterior a 1939 había sido “un mosaico de unidades autárquicas intensamente competitivas” (ibíd.), que después desembocaría en una estructura internacional mucho más liberalizadas. Por último, los países latinoamericanos se convirtieron en jugadores marginales en la nueva economía política del sistema capitalista, disminuyendo su participación en el comercio mundial y la exclusión del capital privado así como la irrelevancia de su moneda en el sistema monetario internacional.
Estado, gobierno y política
En el aspecto político que caracterizó a las sociedades en el marco de la globalización responde a la posibilidad (o imposibilidad que plantea) el hablar de una gobernabilidad local en un mundo global. Con todos los poderes transnacionales, la apertura de los mercados, las presiones que provienen desde las ONGs, la pregunta que se hace es si es posible implementar políticas locales. Como afirmaba Bauman (2007), lo local se convierte en el traspatio de lo global, en donde se afirma que se intenta resolver problemas globales desde lo nacional, desde las políticas que atañen a los territorios más próximos.
La otra cara del asunto es la implicancia que tiene el mercado sobre el Estado para promover el desarrollo. La región latinoamericana se ha visto fuertemente marcada por una disociación entre la política y la participación ciudadana. Por tanto, el mercado ha llegado a desempeñar un papel más significativo en la nueva matriz sociopolítica, induce a la aceptación y logra la coordinación con actores societales e internacionales. Es decir, el mercado ha fungido como regulador del aspecto local y global. Con ello no quiere decir que se reduzca el papel del Estado para dar paso a una hegemonía de mercado, sin las concesiones del estado difícilmente se puede acceder a la economía de las naciones en las que no hay incursión del capital extranjero.
Conclusiones
En el devenir histórico de los países de América Latina se ha vislumbrado una tendencia a depender de las potencias desde que se formaba parte de las colonias. Aunque se ha ganado una cierta “independencia”, en el sentido de que se ha dejado de pertenecer al territorio tanto físico como cultural de las sociedades colonizantes, persiste una cierta codependencia entre los aspectos económicos, políticos y culturales entre los países del sur respecto a los del norte.
No se puede negar que en la pretensión por pertenecer al sector “desarrollado” se han adoptado políticas que carecen del impacto necesario para proveer del cambio al que se persigue. Es con la pretensión de alcanzar el estatus de desarrollo que se llega a la carrera de la industrialización cuando el ser una nación industrializada ya no es la clave para ser parte del primer mundo. En esta idea se conjugan aspectos culturales que no responden únicamente a los criterios de expansionismo económico.
Por otro lado, con el advenimiento de la globalización se perdió parte de la identidad nacional que permitió a los países desarrollados adquirir las nociones que conjugaron sus esfuerzos en un objetivo único.
La obsolescencia de un modelo único de desarrollo (industrialización) debió significar el replanteamiento de las medidas a efectuar para llegar a un nivel más profundo de progreso económico y social, sin embargo, la resistencia a la innovación y la inevitable dependencia del factor extranjero, producto de la sociedad global (o en red), dificulta el avance cuando se persigue el avance autónomo. La solución es simple, realizar lo que han hecho otras potencias, probar sobre la marcha no importando el costo que con ello se conlleve. Se ha demostrado que en la pretensión por ser un país rico, es la manera más simple de que se llegue al desarrollo.